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About The Book
Now in Spanish: one of Mexico’s most celebrated new novelists, F. G. Haghenbeck offers a beautifully written reimagining of Frida Kahlo’s fascinating life and loves.
Entre los objetos personales de Frida Kahlo había una pequeña libreta negra a la que llamaba “El Libro de Hierba Santa” con su colección de recetas de cocina dedicadas a la Santa Muerte. Esta se exhibiría por primera vez en el Palacio de Bellas Artes con motivo de la fecha de su natalicio. El día que se abrió la exhibición al público la libreta desapareció.
F. G. Haghenbeck, uno de los escritores más aclamados en México, se inspiró en este hecho y escribió esta maravillosa novela, la cual trae una vez más a la vida a la famosa artista Frida Kahlo.
Haghenbeck imagina que esta libreta fue un regalo de su amante Tina Modotti, después de que Frida sobrevivió al terrible accidente de tráfico que marcó su vida. Desde este punto, Haghenbeck intercala recetas con pasajes vividos por la artista y reconstruye de una forma magistral la tumultuosa pero fascinante vida de Frida Kahlo, desde su romance con el amor de su vida y afamado pintor Diego Rivera, hasta sus relaciones con personajes famosos como Georgia O’Keeffe, Ernest Hemingway y Salvador Dalí, entre otros.
Entre los objetos personales de Frida Kahlo había una pequeña libreta negra a la que llamaba “El Libro de Hierba Santa” con su colección de recetas de cocina dedicadas a la Santa Muerte. Esta se exhibiría por primera vez en el Palacio de Bellas Artes con motivo de la fecha de su natalicio. El día que se abrió la exhibición al público la libreta desapareció.
F. G. Haghenbeck, uno de los escritores más aclamados en México, se inspiró en este hecho y escribió esta maravillosa novela, la cual trae una vez más a la vida a la famosa artista Frida Kahlo.
Haghenbeck imagina que esta libreta fue un regalo de su amante Tina Modotti, después de que Frida sobrevivió al terrible accidente de tráfico que marcó su vida. Desde este punto, Haghenbeck intercala recetas con pasajes vividos por la artista y reconstruye de una forma magistral la tumultuosa pero fascinante vida de Frida Kahlo, desde su romance con el amor de su vida y afamado pintor Diego Rivera, hasta sus relaciones con personajes famosos como Georgia O’Keeffe, Ernest Hemingway y Salvador Dalí, entre otros.
Excerpt
CAPÍTULO I
Esa noche de julio no era como tantas otras, las lluvias se habían quedado agazapadas en un rincón para ofrecer el manto negro de un cielo estrellado, libre de nubes fodongas que descargaran lágrimas sobre los habitantes de la ciudad. Si acaso un ligero viento silbaba cual chamaco jugueteando entre los árboles de una pomposa casa azul que dormitaba la cálida noche de verano.
Y fue precisamente en esa noche tranquila cuando se escuchó un constante golpeteo que retumbaba por todos los rincones del pueblo de Coyoacán. Eran los cascos de un caballo que tamborileaban al trotar por el empedrado. El eco de sus pasos resonaba en cada esquina de los hogares de altos techos de teja para avisar a todos sus moradores de la llegada de un extraño visitante.
Presa de curiosidad, debido a que México era ya una ciudad moderna, lejana de las arcaicas fabulas y leyendas pueblerinas, los pobladores de Coyoacán interrumpieron la cena para asomarse a través del rabillo de su portón y descubrir al enigmático cabalgador seguido de una corriente de aire “propia de difuntos o aparecidos”. Un perro bravo se enfrentó a ladridos al misterioso jinete, lo que no perturbó al hermoso corcel blanco y menos aún al que lo montaba: un adusto jinete cuyo pecho cubierto por un chaquetín marrón cruzaban pistoleras repletas de balas. Éste, llevaba calado un sombrero de paja tan grande que igualaba en tamaño al domo de una iglesia y le oscurecía por completo el rostro. De entre las sombras de su semblante sólo se atisbaban unos impactantes ojos brillantes y un grueso bigote que sobresalía de ambos extremos de la cara. A su paso, los ancianos aseguraron las puertas con doble llave, pasador y tranca, temerosos aún del recuerdo de la Revolución, cuando esos visitantes traían consigo la ruina y desolación.
El jinete se detuvo en la esquina de la calle Londres, frente a una casa añil cuya fachada toda de azul cobalto, gritaba su peculiaridad en el vecindario. Los ventanales figuraban gigantescos párpados asentados junto al portón. El caballo se movió nervioso, apaciguándose en cuanto el jinete descendió para darle cariñosos golpecitos en el cuello. Luego de ajustarse sombrero y pistolera, el forastero se dirigió con aplomo hasta el portón y jaló el cordel haciendo repiquetear la campana. De inmediato se encendió una luz eléctrica y la entrada de la casona se iluminó por completo, descubriendo un ejército de polillas que zumbaban su desesperación alrededor del foco de la entrada. Cuando Chucho, el mozo indispensable de toda casa que se respetara, asomó su cabeza para descubrir al visitante, éste lo miró fijamente y avanzó un paso. Tembloroso, el cuidador lo dejó pasar no sin antes persignarse varias veces mientras rezaba algunos aves marías. Sin decir nada, el visitante cruzó el zaguán con grandes zancadas hasta llegar a una maravillosa locación decorada con muebles artesanales, plantas exóticas e ídolos prehispánicos. La casa estaba llena de contrastes. En ella convivían objetos de dolor, recuerdos de alegría, sueños pasados y triunfos presentes. Cada cosa hablaba para mostrar el mundo privado de su propietaria, quien esperaba al visitante en su habitación.
El recién llegado caminó por cada habitación con la soltura propia de quien las conociera de memoria. A su paso encontró un enorme Judas de cartón con gruesos bigotes de panadero, que en lugar de ser tronado el próximo domingo de resurrección tendría que conformarse con servir de modelo de algún cuadro de su propietaria; pasó frente a calaveras de azúcar que le sonreían con su eterno gesto endulzado de felicidad; dejó atrás las figuras aztecas con referencias mortuorias y la colección de libros empalagados de ideas revolucionarias; cruzó la sala que albergó artistas que cambiaron un país y lideres que trasmutaron el mundo, sin pararse a mirar las viejas fotografías familiares de los antiguos inquilinos, ni las pinturas de colores que saltaban como un arco iris embriagado por un mezcal vaporoso; hasta llegar al comedor de madera, que añoraba las risas fáciles y las reuniones ruidosas.
La Casa Azul era un lugar donde se recibía a los amigos y conocidos con placer, y el jinete era un viejo conocido de la dueña, por eso Eulalia la cocinera, en cuanto lo vio, corrió a la cocina forrada de estruendosos mosaicos de Talavera a prepararle bocadillos y bebida. De todos los espacios de la casa, la cocina era el corazón que la hacía palpitar, convirtiendo una inerte edificación en un ser viviente. Más que una simple morada, la Casa Azul era el santuario, refugio y altar de su señora. La Casa Azul era Frida. En ella atesoraba recuerdos de su transitar por la vida. Era un lugar donde sin problemas convivían los retratos de Lenin, Stalin y Mao Tse-tung con retablos rústicos de la virgen de Guadalupe. Flanqueaban la cama de latón de Frida, una enorme colección de muñecas de porcelana sobrevivientes de varias guerras, inocentes carritos de madera carmesí, aretes cubistas en forma de manos y milagros de plata para bendecir los favores de algún santo. Todo eso daba cuenta de los deseos olvidados de esa mujer sentenciada a vivir enclavada a su cama. Frida, la santa patrona de la melancolía, la mujer de la pasión, la pintora de la agonía, quien permanecía en su lecho, con la mirada en sus espejos que en silencio se peleaban por mostrarle la mejor imagen de la artista vestida de tehuana, zapoteca o de la mezcla de todas las culturas mexicanas. El más inclemente de todos era un espejo colocado en el techo de su cama, que se empeñaba en reflejarla para que pudiera encontrarse con el tema de toda su obra: ella misma.
Cuando el forastero entró a la recámara, Frida volvió su rostro adolorido y sus miradas se encontraron. Se le veía demacrada, flaca y cansada. Aparentaba mucho más que el medio siglo que había vivido. La mirada de sus ojos cafés era lejana, perdida a causa de las abundantes dosis de droga que se inyectaba para aplacar sus dolores y del tequila en el que maceraba sus desamores. Esos ojos que eran carbones grises a punto de extinguirse, y que alguna vez fueron llama encendida cuando Frida hablaba de arte, política y amor, ahora eran ojos lejanos, tristes pero sobre todo, cansados. Apenas si se movió, un corsé ortopédico la aprisionaba, coartándole la libertad. Una de sus piernas era la única que se revolvía nerviosa en busca de su compañera, la que le habían cortado unos meses atrás. Frida contempló a su visitante, recordando sus anteriores encuentros, cada uno atado a una desgracia. Esperaba esa reunión con desesperación, y cuando su habitación se inundó de un fuerte aroma a campo y tierra húmeda, supo que por fin el Mensajero había acudido a su llamado.
El Mensajero simplemente permaneció de pie junto a ella, posando su resplandeciente mirada sobre el delicado cuerpo quebrado. No se saludaron, pues a los viejos conocidos se les disculpan las inútiles reglas sociales: Frida se limitó a levantar la cabeza como preguntando cómo iba todo ahí de donde él venía, y él respondió con un toque de su mano al sombrero ancho para indicar que todo iba de maravilla. Entonces Frida, molesta, llamó a Eulalia para que atendiera al invitado. Los gritos fueron rudos, groseros. Su antiguo humor coqueto y parrandero había sido sepultado con la pierna amputada, había muerto con las operaciones y la congoja de sus enfermedades. Su trato hacia la gente era de limón amargo.
La sirvienta apareció con un platón muy coqueto, adornado de flores y un mantelito con pájaros bordados donde se leía un “Ella” escrito con pétalos de rosa blanca. Sobre una mesita al lado de la cama, colocó la charola que portaba la ofrenda dedicada al visitante: una botella de tequila y botana. Nerviosa por la presencia de ese hombre, Eulalia sirvió el aguardiente en dos copas de cristal soplado, del mismo azul de la casa, y las acompañó con sus respectivas sangritas; luego arrimó la fresca botana de pico de gallo, un queso panela horneado y limones partidos en cuartos. Antes de que las cítricas sonrisas dejaran de balancearse, Eulalia ya se había escabullido.
No podía evitar el escalofrío que le provocaba la presencia del extraño a esas horas de la noche; le ponía la piel de gallina. En cuanto pudo le aseguró al resto de la servidumbre que nunca vio que su cuerpo arrojara sombra. Por eso, al igual que Chucho, se recitó los avemarías y padrenuestros necesarios para alejar el mal de ojo y los aires fúnebres.
Frida tomó la copa de tequila. Con ese gesto tan suyo de levantar su ceja unida, se la empinó en la boca, un poco para mitigar las descargas de dolor en su cuerpo, y otro para acompañar a su invitado. El Mensajero hizo lo suyo con su copa, pero sin probar la sangrita. Fue una lástima que también desairara la botana, preparada con la receta que Lupe, la antigua esposa de Diego, le había enseñado a la pintora. Frida se sirvió otra copa. No era la primera de ese día, pero sí sería la última de su vida. El alcohol entró en su garganta, despertando su mente adormilada.
—Te llamé para que le mandes un recado a mi Madrina. Quiero cambiar nuestra cita del Día de Muertos. No habrá ofrenda este año. Quiero que venga mañana. Dile a ella que espero que la marcha sea feliz y esta vez no quiero volver.
Frida guardó silencio para dar tiempo a que el Mensajero contestara, pero como siempre, no hubo respuesta. Aunque nunca había escuchado su voz, ella insistía en hablarle. Sólo sus ojos hambrientos que clamaban tierra y libertad se clavaron en ella. Bebió su último tequila como un acto de solidaridad, dejó la copa y dio media vuelta para salir de la habitación con su cascabeleo de espuelas, dejando a la artista con la vida hecha trizas, como su esqueleto. Caminó por el patio con zancadas de caporal de rancho, pasando por el jardín donde las cotorras, perros y changos gritaban al notar su presencia. Llegó hasta la entrada cuyo portón abierto sostenía Chucho, y se despidió de él ariscamente con una inclinación de cabeza, mientras al asustado mozo le salían más persignadas que a una viuda en domingo. Montó de nuevo su caballo blanco, y se perdió calle abajo en la noche azul negra.
Al escuchar los cascos alejarse tras el viento gélido, Frida apretó con su mano el pincel que rebosaba tinta negra. Garabateó una frase en su diario personal, y la adornó añadiendo viñetas de ángeles negros. Terminó el dibujo con lágrimas en los ojos. Cerró el cuaderno y llamó de nuevo a la cocinera; luego sacó del buró una libreta negra desgastada, viejo obsequio de días felices, cuando aún podía soñar con vivir. Se la regaló su amiga Tina meses antes de que contrajera matrimonio con Diego. Ésta, además del recuerdo, era el único presente que guardaba con aprecio de su boda. La abrió en la primera página y leyó mediante un imperceptible movimiento de labios: “Ten el coraje de vivir, pues cualquiera puede morir”. Después comenzó a pasar las páginas con la lentitud y cuidado propios de un bibliotecario ante una Biblia escrita en antiguos pergaminos. En cada hoja había tesoros escondidos, pedazos de su vida derramados en recetas de cocina que había aderezado, cual delicioso puchero, con poesías y comentarios sobre cada una de las personas de su vida. Ella misma le llamaba burlonamente “El libro de Hierba Santa”, pues ahí había escrito las recetas que utilizaba para levantar altares en cada Día de Muertos, en cumplimiento de una promesa hecha muchos años atrás. Rebuscó entre las hojas llenas de aroma a canela, pimienta y manojos de hierba santa, hasta que encontró la receta que le entregaría a Eulalia.
—Te voy a hacer un encargo muy importante, Eulalia. Mañana vas a preparar este plato tal cual lo tengo escrito. Te vas al mercado tempranito a comprar todo. Y quiero que te quede para chuparse los dedos —le indicó señalando la receta del platillo. Hizo una pausa para soportar la angustia de saber que la vida se le escurría, y continuó dando órdenes—: después de que cante el gallo, lo agarras, y lo matas para el guisado.
—Niña Fridita, ¿vas a matar al pobre del señor Cui-cui-ri? —le preguntó admirada—. Pero si es tu preferido. Lo mimas como si fuera tu hijo.
Frida no se molestó en contestarle, simplemente volteó la cara y cerró los ojos para tratar de conciliar el sueño. Eulalia se retiró con el cuaderno pegado a su corazón.
En ese lecho que era su cárcel, Frida soñó banquetes, calaveras de azúcar y pinturas en una exposición. Al despertarse, ya no encontró a Eulalia. Su casa permanecía en silencio. Comenzó a dudar de que la visita del Mensajero y su vida toda, incluso su primera muerte, no fueran sino una jugarreta de las drogas prescritas para sobrellevar el dolor que la torturaba. Después de mucho pensarlo, supo que todo era verdad. Y rompió a llorar, de rabia, de angustia, hasta que el sueño volvió a arrullarla para alejarla otra vez de la realidad.
Horas más tarde llegó Diego de su estudio de San Ángel. Al entrar al dormitorio para ver a Frida, la descubrió dormida con un gesto de sufrimiento. Le extrañó notar que sobre la mesa de noche había una botella de tequila a medio tomar y dos vasos todavía olorosos a alcohol. Se intrigó aún más cuando los sirvientes le aseguraron que su patrona no había recibido visita alguna. Arrimó su mecedora y se sentó al lado de la cama de su mujer. Le tomó la mano con delicadeza, como si fuera una fina pieza de porcelana y la acarició suavemente, con miedo de lastimarla. En tanto, su memoria viajaba por los años de recuerdos compartidos; evocó el fuego que guardaba ese pequeño cuerpo al que amaba tanto con lujuria como con la devoción que un hijo experimenta hacia su madre. Degustó sus noches de sexo, coronadas por los delicados pechos blancos de Frida, tan pequeños como melocotones, por sus nalgas redondas, y recordó aquel día en que se lo dijo y ella tan coqueta sólo respondió: “¿Mis nalgas son como la hierba santa?”, luego le explicó que esa hoja posee la forma de un corazón. Lloró durante varios minutos al ver reducida esa pasión a una máquina rota. El sueño le llegó mientras decía en murmullo: “Mi Frida, mi niña Frida . . . ”
Al siguiente día, después de que el gallo preferido de la pintora anunció el nuevo día, como prodigiosamente lo había hecho durante más de veintidós años, le torcieron el cogote y lo guisaron. Pero Frida nunca pudo degustarlo.
En el informe médico quedó consignado que su muerte fue a causa de una complicación pulmonar. Con la complicidad de las autoridades, Diego evitó que se le hiciera la autopsia. Y desde entonces, la teoría del suicidio se dispersó como el aroma del café matutino preparándose a fuego lento.
Las desgarradoras últimas palabras que Frida escribió en su diario fueron: “Espero que la marcha sea feliz y esta vez espero no volver”.
EL MENSAJERO
Una vez dijo: “el que quiera ser águila que vuele, el que quiera ser gusano que se arrastre, pero que no grite cuando lo pise”. No me lo dijo a mí. Ni sé a quién se lo dijo, pero de que lo dijo, lo dijo. Hay que servirle tequila, sangrita y algo de comer, pues seguramente viene cansado del largo camino. Yo también estaría hasta la madre de andar cabalgando así.
Pico de gallo
La Lupe, un día que andaba de buenas, me dijo que la copa de tequila y el pico de gallo eran imprescindibles en Jalisco, en el ritual previo a la comida. Allá, en su pueblo, los trabajadores al llegar de sus labores en la parcela se sentaban en los equipales bajo la sombra del corredor a comer fruta sazonada y queso panela entre sorbo y sorbo de tequila.
2 jícamas frescas peladas, 4 naranjas grandes y jugosas, 3 pepinos pelados, 1/2 piña pelada, 3 mangos semi verdes, 1 xoconostle, 1 manojo de cebollitas, 6 limones, 4 chiles verdes y sal de grano.
Hay que picar uniformemente y en cantidades iguales: jícama, naranja, pepino, piña, cebolla, mango y xoconostle. Si se le agregan granos de granada el plato puede adornarse como la bandera de México, y verse requete chulo. Hay que aderezar con la mezcla del jugo de los limones, los cuatro chiles y una cucharada de sal de grano. O bien, sazonarla solo con limón y chile en polvo.
Queso panela horneado
La panela, que es de la tierra del tequila, es un queso fresco muy sabroso, diferente al que compro aquí. Se consigue en los mercados y en las tienditas de por allá. A veces Lupe se traía algunos muy sabrosos de sus viajes.
1 queso panela, 1 diente de ajo grande, 1/4 de taza de hojas de cilantro, 1/4 de taza de hojas de perejil, 1/4 de taza de hojas de albahaca, 1 cucharada de hojas de orégano fresco, 1/2 taza de aceite de oliva, sal y pimienta negra recién molida.
Hay que poner en una cazuela de barro un queso panela grande oreado y luego bañarlo con una salsa que se prepara picando finamente el diente de ajo y el resto de los ingredientes. Se sazona con sal y pimienta y se deja macerar durante 6 horas en un sitio fresco, ya sea en el patio o en la ventana, cuidando que no se lo coman los changos. Después se hornea a 180 grados centígrados durante 20 minutos o hasta que comience a derretirse. Se sirve cuando todavía está calientito. Esta preparación es buena para ofrecerla como botana acompañada de tostadas o rebanadas de birote.
Sangrita
Esta receta de sangrita la conseguí en un viaje con Muray. Fue cuando me enseñó que debía acompañar mi tequila con una bebida agridulce. A mí me gusta el tequila solo, como los machos, y siempre me ha servido para impresionar a los invitados gringos que vienen a ver a Diego.
2 chiles anchos, 2 cucharadas de cebolla picada, 2 tazas de jugo de naranja, 1/2 taza de jugo de limón verde y sal.
Hay que poner los chiles anchos asados, desvenados y sin semillas a hervir por 2 minutos, y luego dejarlos reposar 10. Se mezcla la cebolla, el jugo de naranja y la media taza de jugo de limón verde y se ponen junto al chile ancho en la licuadora o en un molcajete; se muele todo muy bien y se le agrega sal. Se le puede añadir más jugo de naranja, limón o jugo de tomate.
La sangrita es la mujer. Es la que huele a especias y cebollas. La que le pone el color y lo picoso al macho tequila. Ellos dos, juntos, son un idilio perfecto.
Cuánto me gustaría ser así con mi Dieguito. Pero él puede ser mi amigo, mi hijo, mi amante, mi colega; nunca mi esposo. Después del choque que tuve con el tranvía, él ha sido mi peor accidente.
Esa noche de julio no era como tantas otras, las lluvias se habían quedado agazapadas en un rincón para ofrecer el manto negro de un cielo estrellado, libre de nubes fodongas que descargaran lágrimas sobre los habitantes de la ciudad. Si acaso un ligero viento silbaba cual chamaco jugueteando entre los árboles de una pomposa casa azul que dormitaba la cálida noche de verano.
Y fue precisamente en esa noche tranquila cuando se escuchó un constante golpeteo que retumbaba por todos los rincones del pueblo de Coyoacán. Eran los cascos de un caballo que tamborileaban al trotar por el empedrado. El eco de sus pasos resonaba en cada esquina de los hogares de altos techos de teja para avisar a todos sus moradores de la llegada de un extraño visitante.
Presa de curiosidad, debido a que México era ya una ciudad moderna, lejana de las arcaicas fabulas y leyendas pueblerinas, los pobladores de Coyoacán interrumpieron la cena para asomarse a través del rabillo de su portón y descubrir al enigmático cabalgador seguido de una corriente de aire “propia de difuntos o aparecidos”. Un perro bravo se enfrentó a ladridos al misterioso jinete, lo que no perturbó al hermoso corcel blanco y menos aún al que lo montaba: un adusto jinete cuyo pecho cubierto por un chaquetín marrón cruzaban pistoleras repletas de balas. Éste, llevaba calado un sombrero de paja tan grande que igualaba en tamaño al domo de una iglesia y le oscurecía por completo el rostro. De entre las sombras de su semblante sólo se atisbaban unos impactantes ojos brillantes y un grueso bigote que sobresalía de ambos extremos de la cara. A su paso, los ancianos aseguraron las puertas con doble llave, pasador y tranca, temerosos aún del recuerdo de la Revolución, cuando esos visitantes traían consigo la ruina y desolación.
El jinete se detuvo en la esquina de la calle Londres, frente a una casa añil cuya fachada toda de azul cobalto, gritaba su peculiaridad en el vecindario. Los ventanales figuraban gigantescos párpados asentados junto al portón. El caballo se movió nervioso, apaciguándose en cuanto el jinete descendió para darle cariñosos golpecitos en el cuello. Luego de ajustarse sombrero y pistolera, el forastero se dirigió con aplomo hasta el portón y jaló el cordel haciendo repiquetear la campana. De inmediato se encendió una luz eléctrica y la entrada de la casona se iluminó por completo, descubriendo un ejército de polillas que zumbaban su desesperación alrededor del foco de la entrada. Cuando Chucho, el mozo indispensable de toda casa que se respetara, asomó su cabeza para descubrir al visitante, éste lo miró fijamente y avanzó un paso. Tembloroso, el cuidador lo dejó pasar no sin antes persignarse varias veces mientras rezaba algunos aves marías. Sin decir nada, el visitante cruzó el zaguán con grandes zancadas hasta llegar a una maravillosa locación decorada con muebles artesanales, plantas exóticas e ídolos prehispánicos. La casa estaba llena de contrastes. En ella convivían objetos de dolor, recuerdos de alegría, sueños pasados y triunfos presentes. Cada cosa hablaba para mostrar el mundo privado de su propietaria, quien esperaba al visitante en su habitación.
El recién llegado caminó por cada habitación con la soltura propia de quien las conociera de memoria. A su paso encontró un enorme Judas de cartón con gruesos bigotes de panadero, que en lugar de ser tronado el próximo domingo de resurrección tendría que conformarse con servir de modelo de algún cuadro de su propietaria; pasó frente a calaveras de azúcar que le sonreían con su eterno gesto endulzado de felicidad; dejó atrás las figuras aztecas con referencias mortuorias y la colección de libros empalagados de ideas revolucionarias; cruzó la sala que albergó artistas que cambiaron un país y lideres que trasmutaron el mundo, sin pararse a mirar las viejas fotografías familiares de los antiguos inquilinos, ni las pinturas de colores que saltaban como un arco iris embriagado por un mezcal vaporoso; hasta llegar al comedor de madera, que añoraba las risas fáciles y las reuniones ruidosas.
La Casa Azul era un lugar donde se recibía a los amigos y conocidos con placer, y el jinete era un viejo conocido de la dueña, por eso Eulalia la cocinera, en cuanto lo vio, corrió a la cocina forrada de estruendosos mosaicos de Talavera a prepararle bocadillos y bebida. De todos los espacios de la casa, la cocina era el corazón que la hacía palpitar, convirtiendo una inerte edificación en un ser viviente. Más que una simple morada, la Casa Azul era el santuario, refugio y altar de su señora. La Casa Azul era Frida. En ella atesoraba recuerdos de su transitar por la vida. Era un lugar donde sin problemas convivían los retratos de Lenin, Stalin y Mao Tse-tung con retablos rústicos de la virgen de Guadalupe. Flanqueaban la cama de latón de Frida, una enorme colección de muñecas de porcelana sobrevivientes de varias guerras, inocentes carritos de madera carmesí, aretes cubistas en forma de manos y milagros de plata para bendecir los favores de algún santo. Todo eso daba cuenta de los deseos olvidados de esa mujer sentenciada a vivir enclavada a su cama. Frida, la santa patrona de la melancolía, la mujer de la pasión, la pintora de la agonía, quien permanecía en su lecho, con la mirada en sus espejos que en silencio se peleaban por mostrarle la mejor imagen de la artista vestida de tehuana, zapoteca o de la mezcla de todas las culturas mexicanas. El más inclemente de todos era un espejo colocado en el techo de su cama, que se empeñaba en reflejarla para que pudiera encontrarse con el tema de toda su obra: ella misma.
Cuando el forastero entró a la recámara, Frida volvió su rostro adolorido y sus miradas se encontraron. Se le veía demacrada, flaca y cansada. Aparentaba mucho más que el medio siglo que había vivido. La mirada de sus ojos cafés era lejana, perdida a causa de las abundantes dosis de droga que se inyectaba para aplacar sus dolores y del tequila en el que maceraba sus desamores. Esos ojos que eran carbones grises a punto de extinguirse, y que alguna vez fueron llama encendida cuando Frida hablaba de arte, política y amor, ahora eran ojos lejanos, tristes pero sobre todo, cansados. Apenas si se movió, un corsé ortopédico la aprisionaba, coartándole la libertad. Una de sus piernas era la única que se revolvía nerviosa en busca de su compañera, la que le habían cortado unos meses atrás. Frida contempló a su visitante, recordando sus anteriores encuentros, cada uno atado a una desgracia. Esperaba esa reunión con desesperación, y cuando su habitación se inundó de un fuerte aroma a campo y tierra húmeda, supo que por fin el Mensajero había acudido a su llamado.
El Mensajero simplemente permaneció de pie junto a ella, posando su resplandeciente mirada sobre el delicado cuerpo quebrado. No se saludaron, pues a los viejos conocidos se les disculpan las inútiles reglas sociales: Frida se limitó a levantar la cabeza como preguntando cómo iba todo ahí de donde él venía, y él respondió con un toque de su mano al sombrero ancho para indicar que todo iba de maravilla. Entonces Frida, molesta, llamó a Eulalia para que atendiera al invitado. Los gritos fueron rudos, groseros. Su antiguo humor coqueto y parrandero había sido sepultado con la pierna amputada, había muerto con las operaciones y la congoja de sus enfermedades. Su trato hacia la gente era de limón amargo.
La sirvienta apareció con un platón muy coqueto, adornado de flores y un mantelito con pájaros bordados donde se leía un “Ella” escrito con pétalos de rosa blanca. Sobre una mesita al lado de la cama, colocó la charola que portaba la ofrenda dedicada al visitante: una botella de tequila y botana. Nerviosa por la presencia de ese hombre, Eulalia sirvió el aguardiente en dos copas de cristal soplado, del mismo azul de la casa, y las acompañó con sus respectivas sangritas; luego arrimó la fresca botana de pico de gallo, un queso panela horneado y limones partidos en cuartos. Antes de que las cítricas sonrisas dejaran de balancearse, Eulalia ya se había escabullido.
No podía evitar el escalofrío que le provocaba la presencia del extraño a esas horas de la noche; le ponía la piel de gallina. En cuanto pudo le aseguró al resto de la servidumbre que nunca vio que su cuerpo arrojara sombra. Por eso, al igual que Chucho, se recitó los avemarías y padrenuestros necesarios para alejar el mal de ojo y los aires fúnebres.
Frida tomó la copa de tequila. Con ese gesto tan suyo de levantar su ceja unida, se la empinó en la boca, un poco para mitigar las descargas de dolor en su cuerpo, y otro para acompañar a su invitado. El Mensajero hizo lo suyo con su copa, pero sin probar la sangrita. Fue una lástima que también desairara la botana, preparada con la receta que Lupe, la antigua esposa de Diego, le había enseñado a la pintora. Frida se sirvió otra copa. No era la primera de ese día, pero sí sería la última de su vida. El alcohol entró en su garganta, despertando su mente adormilada.
—Te llamé para que le mandes un recado a mi Madrina. Quiero cambiar nuestra cita del Día de Muertos. No habrá ofrenda este año. Quiero que venga mañana. Dile a ella que espero que la marcha sea feliz y esta vez no quiero volver.
Frida guardó silencio para dar tiempo a que el Mensajero contestara, pero como siempre, no hubo respuesta. Aunque nunca había escuchado su voz, ella insistía en hablarle. Sólo sus ojos hambrientos que clamaban tierra y libertad se clavaron en ella. Bebió su último tequila como un acto de solidaridad, dejó la copa y dio media vuelta para salir de la habitación con su cascabeleo de espuelas, dejando a la artista con la vida hecha trizas, como su esqueleto. Caminó por el patio con zancadas de caporal de rancho, pasando por el jardín donde las cotorras, perros y changos gritaban al notar su presencia. Llegó hasta la entrada cuyo portón abierto sostenía Chucho, y se despidió de él ariscamente con una inclinación de cabeza, mientras al asustado mozo le salían más persignadas que a una viuda en domingo. Montó de nuevo su caballo blanco, y se perdió calle abajo en la noche azul negra.
Al escuchar los cascos alejarse tras el viento gélido, Frida apretó con su mano el pincel que rebosaba tinta negra. Garabateó una frase en su diario personal, y la adornó añadiendo viñetas de ángeles negros. Terminó el dibujo con lágrimas en los ojos. Cerró el cuaderno y llamó de nuevo a la cocinera; luego sacó del buró una libreta negra desgastada, viejo obsequio de días felices, cuando aún podía soñar con vivir. Se la regaló su amiga Tina meses antes de que contrajera matrimonio con Diego. Ésta, además del recuerdo, era el único presente que guardaba con aprecio de su boda. La abrió en la primera página y leyó mediante un imperceptible movimiento de labios: “Ten el coraje de vivir, pues cualquiera puede morir”. Después comenzó a pasar las páginas con la lentitud y cuidado propios de un bibliotecario ante una Biblia escrita en antiguos pergaminos. En cada hoja había tesoros escondidos, pedazos de su vida derramados en recetas de cocina que había aderezado, cual delicioso puchero, con poesías y comentarios sobre cada una de las personas de su vida. Ella misma le llamaba burlonamente “El libro de Hierba Santa”, pues ahí había escrito las recetas que utilizaba para levantar altares en cada Día de Muertos, en cumplimiento de una promesa hecha muchos años atrás. Rebuscó entre las hojas llenas de aroma a canela, pimienta y manojos de hierba santa, hasta que encontró la receta que le entregaría a Eulalia.
—Te voy a hacer un encargo muy importante, Eulalia. Mañana vas a preparar este plato tal cual lo tengo escrito. Te vas al mercado tempranito a comprar todo. Y quiero que te quede para chuparse los dedos —le indicó señalando la receta del platillo. Hizo una pausa para soportar la angustia de saber que la vida se le escurría, y continuó dando órdenes—: después de que cante el gallo, lo agarras, y lo matas para el guisado.
—Niña Fridita, ¿vas a matar al pobre del señor Cui-cui-ri? —le preguntó admirada—. Pero si es tu preferido. Lo mimas como si fuera tu hijo.
Frida no se molestó en contestarle, simplemente volteó la cara y cerró los ojos para tratar de conciliar el sueño. Eulalia se retiró con el cuaderno pegado a su corazón.
En ese lecho que era su cárcel, Frida soñó banquetes, calaveras de azúcar y pinturas en una exposición. Al despertarse, ya no encontró a Eulalia. Su casa permanecía en silencio. Comenzó a dudar de que la visita del Mensajero y su vida toda, incluso su primera muerte, no fueran sino una jugarreta de las drogas prescritas para sobrellevar el dolor que la torturaba. Después de mucho pensarlo, supo que todo era verdad. Y rompió a llorar, de rabia, de angustia, hasta que el sueño volvió a arrullarla para alejarla otra vez de la realidad.
Horas más tarde llegó Diego de su estudio de San Ángel. Al entrar al dormitorio para ver a Frida, la descubrió dormida con un gesto de sufrimiento. Le extrañó notar que sobre la mesa de noche había una botella de tequila a medio tomar y dos vasos todavía olorosos a alcohol. Se intrigó aún más cuando los sirvientes le aseguraron que su patrona no había recibido visita alguna. Arrimó su mecedora y se sentó al lado de la cama de su mujer. Le tomó la mano con delicadeza, como si fuera una fina pieza de porcelana y la acarició suavemente, con miedo de lastimarla. En tanto, su memoria viajaba por los años de recuerdos compartidos; evocó el fuego que guardaba ese pequeño cuerpo al que amaba tanto con lujuria como con la devoción que un hijo experimenta hacia su madre. Degustó sus noches de sexo, coronadas por los delicados pechos blancos de Frida, tan pequeños como melocotones, por sus nalgas redondas, y recordó aquel día en que se lo dijo y ella tan coqueta sólo respondió: “¿Mis nalgas son como la hierba santa?”, luego le explicó que esa hoja posee la forma de un corazón. Lloró durante varios minutos al ver reducida esa pasión a una máquina rota. El sueño le llegó mientras decía en murmullo: “Mi Frida, mi niña Frida . . . ”
Al siguiente día, después de que el gallo preferido de la pintora anunció el nuevo día, como prodigiosamente lo había hecho durante más de veintidós años, le torcieron el cogote y lo guisaron. Pero Frida nunca pudo degustarlo.
En el informe médico quedó consignado que su muerte fue a causa de una complicación pulmonar. Con la complicidad de las autoridades, Diego evitó que se le hiciera la autopsia. Y desde entonces, la teoría del suicidio se dispersó como el aroma del café matutino preparándose a fuego lento.
Las desgarradoras últimas palabras que Frida escribió en su diario fueron: “Espero que la marcha sea feliz y esta vez espero no volver”.
EL MENSAJERO
Una vez dijo: “el que quiera ser águila que vuele, el que quiera ser gusano que se arrastre, pero que no grite cuando lo pise”. No me lo dijo a mí. Ni sé a quién se lo dijo, pero de que lo dijo, lo dijo. Hay que servirle tequila, sangrita y algo de comer, pues seguramente viene cansado del largo camino. Yo también estaría hasta la madre de andar cabalgando así.
Pico de gallo
La Lupe, un día que andaba de buenas, me dijo que la copa de tequila y el pico de gallo eran imprescindibles en Jalisco, en el ritual previo a la comida. Allá, en su pueblo, los trabajadores al llegar de sus labores en la parcela se sentaban en los equipales bajo la sombra del corredor a comer fruta sazonada y queso panela entre sorbo y sorbo de tequila.
2 jícamas frescas peladas, 4 naranjas grandes y jugosas, 3 pepinos pelados, 1/2 piña pelada, 3 mangos semi verdes, 1 xoconostle, 1 manojo de cebollitas, 6 limones, 4 chiles verdes y sal de grano.
Hay que picar uniformemente y en cantidades iguales: jícama, naranja, pepino, piña, cebolla, mango y xoconostle. Si se le agregan granos de granada el plato puede adornarse como la bandera de México, y verse requete chulo. Hay que aderezar con la mezcla del jugo de los limones, los cuatro chiles y una cucharada de sal de grano. O bien, sazonarla solo con limón y chile en polvo.
Queso panela horneado
La panela, que es de la tierra del tequila, es un queso fresco muy sabroso, diferente al que compro aquí. Se consigue en los mercados y en las tienditas de por allá. A veces Lupe se traía algunos muy sabrosos de sus viajes.
1 queso panela, 1 diente de ajo grande, 1/4 de taza de hojas de cilantro, 1/4 de taza de hojas de perejil, 1/4 de taza de hojas de albahaca, 1 cucharada de hojas de orégano fresco, 1/2 taza de aceite de oliva, sal y pimienta negra recién molida.
Hay que poner en una cazuela de barro un queso panela grande oreado y luego bañarlo con una salsa que se prepara picando finamente el diente de ajo y el resto de los ingredientes. Se sazona con sal y pimienta y se deja macerar durante 6 horas en un sitio fresco, ya sea en el patio o en la ventana, cuidando que no se lo coman los changos. Después se hornea a 180 grados centígrados durante 20 minutos o hasta que comience a derretirse. Se sirve cuando todavía está calientito. Esta preparación es buena para ofrecerla como botana acompañada de tostadas o rebanadas de birote.
Sangrita
Esta receta de sangrita la conseguí en un viaje con Muray. Fue cuando me enseñó que debía acompañar mi tequila con una bebida agridulce. A mí me gusta el tequila solo, como los machos, y siempre me ha servido para impresionar a los invitados gringos que vienen a ver a Diego.
2 chiles anchos, 2 cucharadas de cebolla picada, 2 tazas de jugo de naranja, 1/2 taza de jugo de limón verde y sal.
Hay que poner los chiles anchos asados, desvenados y sin semillas a hervir por 2 minutos, y luego dejarlos reposar 10. Se mezcla la cebolla, el jugo de naranja y la media taza de jugo de limón verde y se ponen junto al chile ancho en la licuadora o en un molcajete; se muele todo muy bien y se le agrega sal. Se le puede añadir más jugo de naranja, limón o jugo de tomate.
La sangrita es la mujer. Es la que huele a especias y cebollas. La que le pone el color y lo picoso al macho tequila. Ellos dos, juntos, son un idilio perfecto.
Cuánto me gustaría ser así con mi Dieguito. Pero él puede ser mi amigo, mi hijo, mi amante, mi colega; nunca mi esposo. Después del choque que tuve con el tranvía, él ha sido mi peor accidente.
Reading Group Guide
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This reading group guide for The Secret Book of Frida Kahlo includes an introduction, discussion questions and ideas for enhancing your book club. The suggested questions are intended to help your reading group find new and interesting angles and topics for your discussion. We hope that these ideas will enrich your conversation and increase your enjoyment of the book.
Introduction
In The Secret Book of Frida Kahlo, F. G. Haghenbeck takes readers on a magical journey through Frida Kahlo’s life. After nearly dying in a trolley accident at eighteen, Frida makes a deal with Death to live. Her injuries from the accident pain and haunt her for the rest of her life, and to keep up her end of the deal Frida must offer exquisite delicacies to the dead every year on the Mexican holiday the Day of the Dead. Her recipes are kept in a mysterious black notebook, El Libro de Hierba Santa—“The Hierba Santa Book.” Based on known events of her life, this fictional reimagining is an intriguing ride that delves into Frida’s mind and follows her from lover to lover while also exploring her painting, complex personality, lust for life, and existential feminism.
Topics & Questions for Discussion
1. The novel begins when Frida is close to the end of her life. Why do you think Haghenbeck chose to order the narrative this way? How does beginning the story with death affect the rest of the novel?
2. Early in her life Frida suffered from polio and endured the consequences of the illness for years to come. Reread the story Guillermo tells Frida while she is ill. At the end Frida asks him, “Do you think Death wants to be my Godmother and save me from this illness?” (22) How would you respond to Frida? Does the story Guillermo tell Frida as a girl relate to Frida’s own story with Death?
3. Immediately before Frida dies “for the first time” in the bus accident, “the rebel from her childhood” appears on his horse and greets Frida “with a slight tip of his hat.” (47) Who is this “rebel,” or Messenger, and when else does he appear in the novel? What does he represent for Frida, and how do her feelings about him change or develop over time?
4. After the accident Frida must convince her Godmother to allow her to continue living. What is Frida’s deal with Death? What would you do if you were offered a similar deal? Discuss what you think about the warning Frida’s Godmother gives her before she wakes up: “You will always wish you’d died today. And I will remind you of this every day of your life.” (61) At the end of her life, does Frida regret living past this first death?
5. As her injuries from the accident heal, Frida begins a painting for her Godmother. This self-portrait is the first of many paintings in Frida’s artistic career. How do Frida’s spiritual turmoil and physical affliction affect her art and career?
6. While both Frida and Diego Rivera have fleeting affairs throughout their time together, they have a bond with each other that persists and reignites even after their divorce. How does their relationship survive?
7. Cooking plays an important role in the story and in Frida’s life. She learns to cook from both her mother and Diego’s ex-wife, Lupe, and she passes her skills on to others throughout her life. Discuss the significance of cooking and food in Mexican culture. Each chapter ends with a recipe or two that relates to the preceding chapter. What is the significance of the recipes for Frida? What do they add to the story and to your reading experience?
8. On a trip to Tepozteco, a guide tells Frida and Diego stories from his town. A story about the griefstricken maiden, La Llorona, has a profound effect on Frida. When else in the novel does La Llorona appear? How do you interpret the dream Frida has later that night about the woman in the veil?
9. Frida is in a constant struggle to continue living her painful life. Why does she choose this painful life over an easy death? Think about the words “Have the courage to live, because anyone can die.” (7, 95, 129) How do you interpret this maxim?
10. Throughout her life, Frida lives in many different cities, but she is always most at home in Coyoac.n, especially in the home where she grew up: “La Casa Azul was Frida herself.” (3) What do you think this line means? How does each city she visits (Mexico City, San Francisco, Detroit, New York City, and Paris) affect Frida?
11. Frida is a strong woman whom many people admire, but her physical ailments torment her constantly. Despite her struggles, eventually she understands “her true nature as a truly singular woman.” (212) Who is Frida Kahlo? How is she characterized and portrayed in the novel? How do other people in her life see her? Are their impressions of her different from how she sees herself?
12. As an advocate for the Mexican Communist Party, Frida becomes involved with politics and political people early in her life. How does growing up amidst a revolution affect Frida? How do politics continue to impact Frida throughout her life? Leon Trotsky tells her that he can think of only “two artistic phenomena: works that reflect the revolution and works that, while not thematically linked to the revolution, are imbued with a new consciousness derived from the revolution. That’s where your work falls.” (226) How does his view compare with Frida’s art?
13. Frida is a unique woman who meets many interesting and important people throughout her life. What does she learn or gain from her affairs and interactions with these larger-than-life characters? Consider Georgia O’Keeffe, Norman Rockefeller, Ernest Hemingway, Leon Trotsky, Ana.s Nin, Henry Miller, and Salvador Dali.
14. In Paris, Frida plays a game called Exquisite Corpse at a surrealist gathering. (265) When the figure is complete, everyone sees the image as ridiculous except for Frida. Think about Frida’s description of the image. Why does she feel it is a postcard from Death?
Enhance Your Book Club
1. Look up one of your favorite Frida Kahlo paintings and find a passage in the novel that you feel relates to the painting. Discuss how the aesthetic of the painting aligns with Haghenbeck’s reimagining of Frida’s life.
2. Host a “Day of the Dead”celebration! Cook one of the recipes found at the back of the book, and recreate one of Frida’s delicious feasts.
3. F. G. Haghenbeck’s novel is fiction, but it tells the story of Frida Kahlo’s real life. To learn what is fact and what is imagination, compare nonfiction accounts, and share your findings with your book club members.
Introduction
In The Secret Book of Frida Kahlo, F. G. Haghenbeck takes readers on a magical journey through Frida Kahlo’s life. After nearly dying in a trolley accident at eighteen, Frida makes a deal with Death to live. Her injuries from the accident pain and haunt her for the rest of her life, and to keep up her end of the deal Frida must offer exquisite delicacies to the dead every year on the Mexican holiday the Day of the Dead. Her recipes are kept in a mysterious black notebook, El Libro de Hierba Santa—“The Hierba Santa Book.” Based on known events of her life, this fictional reimagining is an intriguing ride that delves into Frida’s mind and follows her from lover to lover while also exploring her painting, complex personality, lust for life, and existential feminism.
Topics & Questions for Discussion
1. The novel begins when Frida is close to the end of her life. Why do you think Haghenbeck chose to order the narrative this way? How does beginning the story with death affect the rest of the novel?
2. Early in her life Frida suffered from polio and endured the consequences of the illness for years to come. Reread the story Guillermo tells Frida while she is ill. At the end Frida asks him, “Do you think Death wants to be my Godmother and save me from this illness?” (22) How would you respond to Frida? Does the story Guillermo tell Frida as a girl relate to Frida’s own story with Death?
3. Immediately before Frida dies “for the first time” in the bus accident, “the rebel from her childhood” appears on his horse and greets Frida “with a slight tip of his hat.” (47) Who is this “rebel,” or Messenger, and when else does he appear in the novel? What does he represent for Frida, and how do her feelings about him change or develop over time?
4. After the accident Frida must convince her Godmother to allow her to continue living. What is Frida’s deal with Death? What would you do if you were offered a similar deal? Discuss what you think about the warning Frida’s Godmother gives her before she wakes up: “You will always wish you’d died today. And I will remind you of this every day of your life.” (61) At the end of her life, does Frida regret living past this first death?
5. As her injuries from the accident heal, Frida begins a painting for her Godmother. This self-portrait is the first of many paintings in Frida’s artistic career. How do Frida’s spiritual turmoil and physical affliction affect her art and career?
6. While both Frida and Diego Rivera have fleeting affairs throughout their time together, they have a bond with each other that persists and reignites even after their divorce. How does their relationship survive?
7. Cooking plays an important role in the story and in Frida’s life. She learns to cook from both her mother and Diego’s ex-wife, Lupe, and she passes her skills on to others throughout her life. Discuss the significance of cooking and food in Mexican culture. Each chapter ends with a recipe or two that relates to the preceding chapter. What is the significance of the recipes for Frida? What do they add to the story and to your reading experience?
8. On a trip to Tepozteco, a guide tells Frida and Diego stories from his town. A story about the griefstricken maiden, La Llorona, has a profound effect on Frida. When else in the novel does La Llorona appear? How do you interpret the dream Frida has later that night about the woman in the veil?
9. Frida is in a constant struggle to continue living her painful life. Why does she choose this painful life over an easy death? Think about the words “Have the courage to live, because anyone can die.” (7, 95, 129) How do you interpret this maxim?
10. Throughout her life, Frida lives in many different cities, but she is always most at home in Coyoac.n, especially in the home where she grew up: “La Casa Azul was Frida herself.” (3) What do you think this line means? How does each city she visits (Mexico City, San Francisco, Detroit, New York City, and Paris) affect Frida?
11. Frida is a strong woman whom many people admire, but her physical ailments torment her constantly. Despite her struggles, eventually she understands “her true nature as a truly singular woman.” (212) Who is Frida Kahlo? How is she characterized and portrayed in the novel? How do other people in her life see her? Are their impressions of her different from how she sees herself?
12. As an advocate for the Mexican Communist Party, Frida becomes involved with politics and political people early in her life. How does growing up amidst a revolution affect Frida? How do politics continue to impact Frida throughout her life? Leon Trotsky tells her that he can think of only “two artistic phenomena: works that reflect the revolution and works that, while not thematically linked to the revolution, are imbued with a new consciousness derived from the revolution. That’s where your work falls.” (226) How does his view compare with Frida’s art?
13. Frida is a unique woman who meets many interesting and important people throughout her life. What does she learn or gain from her affairs and interactions with these larger-than-life characters? Consider Georgia O’Keeffe, Norman Rockefeller, Ernest Hemingway, Leon Trotsky, Ana.s Nin, Henry Miller, and Salvador Dali.
14. In Paris, Frida plays a game called Exquisite Corpse at a surrealist gathering. (265) When the figure is complete, everyone sees the image as ridiculous except for Frida. Think about Frida’s description of the image. Why does she feel it is a postcard from Death?
Enhance Your Book Club
1. Look up one of your favorite Frida Kahlo paintings and find a passage in the novel that you feel relates to the painting. Discuss how the aesthetic of the painting aligns with Haghenbeck’s reimagining of Frida’s life.
2. Host a “Day of the Dead”celebration! Cook one of the recipes found at the back of the book, and recreate one of Frida’s delicious feasts.
3. F. G. Haghenbeck’s novel is fiction, but it tells the story of Frida Kahlo’s real life. To learn what is fact and what is imagination, compare nonfiction accounts, and share your findings with your book club members.
Product Details
- Publisher: Atria/Primero Sueno Press (September 25, 2012)
- Length: 320 pages
- ISBN13: 9781451641417
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- Book Cover Image (jpg): El libro secreto de Frida Kahlo Trade Paperback 9781451641417
- Author Photo (jpg): F. G. Haghenbeck Photography by Lillyan Funes(0.1 MB)
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